No sé si es que estoy enfermo o simplemente soy una mente abierta adelantada a mi tiempo, pero a mí me gustan verdes. Bueno, no es que me gusten las verdes en exclusiva, pero lo cierto es que chica verde que conozco, chica verde de la que me enamoro. Pero no de ahora, desde que era pequeño.
Ya en la anterior época del blog hablé de mi romance con Hulka, la amazona esmeralda de dos metros… No recuerdo cuánto media yo, pero tendría diez años. Ella era abogada y yo un chaval, pero no me importaba. Lo veía posible. Mi futura esposa. Yo me ocuparía de las labores del hogar y que ella salvara al mundo. Me imaginaba la vida viendo pelis y leyendo cómics mientras que esperaba a que mi amada regresara y me contara con quién se había enfrentado y qué había pasado. Me llevaría a barbacoas de empresa, con los 4 Fantásticos o los Vengadores y a lo mejor me podría llevar de paquete a alguna misión en el extranjero o en el espacio y podría ver mundos.
El tema es que la cosa no empezó con Hulka ni tampoco se quedó ahí. Mi primer amor verdoso me resultaba aún más difícil de confesar que el de Hulka, pero viendo la buena acogida que tuvo La forma del agua entre todes, he decidido salir del armario. De la Tierra. La primera fue Dayana, de la serie de V. Sí, sí, la que se comía una rata y en realidad era un reptil humanoide. Una lagarta, vaya. Pues a mí me molaba. Una villana con un uniforme supercañero y mogollón de tropas a sus órdenes. ¿Y esas gafas de sol? ¿Y esas pistolas láser? ¿Y esas naves? Mujer empoderada a la que todos temían… Menos yo. La verdad es que hubiese sido un chollo ser el novio florero de una caudilla espacial. La vida resuelta. Y si hay que comer rata, pues se come rata.
No sé por qué, pero las mujeres verdes suelen ser independientes y poderosas, con fortaleza física y mental. Cultas e inteligentes. Literalmente de armas tomar, guerreras. No es que no necesiten ser salvadas, es que te salvan a ti. Supongo que como mejor se duerme en esta vida es sabiendo que quien duerme a tu lado te puede proteger de cualquier peligro.
Era un niño cuando comenzaron estos dos enamoramientos y en cuanto crecí pasé de sentirme raro a creerme un depravado, como si fuera un perrete que lo mismo monta al gato que a la gallina. Los chicos nos juntábamos y nos preguntábamos qué famosas nos gustaban y aún yo confesando solo las más normativas como podría ser Ripley (“¿La actriz? / No, no, el personaje”), ya se reían y me discriminaban. ¿Cómo confesar entonces que las verdes me hacían perder la cabeza, que me hacían sentir libélulas en el corazón? No podía decirle a nadie que bebía los vientos por una mutante verde que no existía y menos por una reptiliana zamparratas.
Me centré en Hulka-yo le digo Jen- ya que me pareció algo más normalizada y me olvidé de Dayana, un bicho malo en todos los sentidos. Ahora sé que ella no tenía la culpa de nada y que si terminé viéndola como a un monstruo fue porque el yugo social me obligó a ello, a vernos a los dos como abominaciones. Enterré parte de mis sentimientos y desprecié a quien antes había amado. El mundo me convenció de que no era correcto amar a una lagarta, no tanto a una tirana.
Desde entonces me han gustado (en secreto) de muchas formas y colores y, en consecuencia, nunca he visto raro ni reprochable absolutamente ningún tipo de amor ni condición sexual (partiendo siempre desde el consentimiento y mayoría de edad, que todo hay que puntualizarlo). El amor es el amor.
Recuerdo, por ejemplo, a mi amigo Dani, cuando después de ver Dagon, me preguntó cabizbajo que si yo me liaría con Uxía, a pesar de sus piernas-tentáculos. Supe que se había enamorado y que se hallaba en la misma tesitura en la que yo estaba desde niño: “Que no te importe lo que piense o diga la gente, ella es la bendecida por nuestro señor Dagon. Deberías sentirte orgulloso y no avergonzado por amarla”.
Ya digo que, aunque La forma del agua me pareció aburrida, me alegré por ver tanto aplauso por una tía que se tiraba a un lagarto cautivo. Eso era mucho peor que lo mío, ese bicho ni hablaba. Fuese como fuese, el caso es que pensé que por fin el mundo estaba preparado para mi amor sin barreras cromáticas e intraespecie. Luego vi La piel fría y aunque seguramente podré ser visto más como el farero de esa peli que como la limpiadora de La forma del agua, me atrevo a confesar que hace solo ocho años (o sea, ya siendo mayorcito) me enamoré de Madame Vastra.
Sí, otra lagarta, y además ni siquiera usa un disfraz de piel humana, pero la tía no solo habla y piensa, es una detective victoriana a lo Sherlock Holmes. Se pone sus vestidos victorianos y un velo victoriano y va por ahí, victorianamente tranquilamente. Investigando y peleando con su katana. Hasta le salva el culo al propio Doctor Who, ¿quién no querría una novia como esa?
Lamentablemente este amor para mí es del todo platónico. Vastra es lesbiana. Ignoro si simplemente los hombres no le gustamos o le dan tanto asquito como a mí, pero sea como sea no tengo posibilidades de conquistar su frío corazón que solo es capaz de ser calentado por su amada Jenny. Envidio profundamente a Jenny Flint y también la amo, aún a sabiendas de que también es lesbiana y de que no es verde. Normal que el compañero de aventuras sea el asexual clon Strax, yo no soportaría vivir con ellas día tras día y no decirles que las amo. Desde el respeto más absoluto.
En fin, ocho años después ya puedo confesar que me enamoré de una mujer reptil lesbiana extraterrestre del futuro que viajó a nuestro pasado para ser detective.
En cuanto empecé a ver las primeras imágenes de Gamora en Guardianes de la Galaxia por mi corazón galoparon mil caballos. El teaser del tráiler, el tráiler, el segundo tráiler, el tercero, la versión china, la película, los extras, la versión extendida… Y mira que no era como en los cómics, pero bueno, seguía siendo verde y poderosa. De alguna forma aglutinaba lo mejor de mis amores aceitunados del pasado, incluyendo el físico, ya que ni era un bicho ni una mutante. Podía proclamar mi amor por una chica verde, pero llegado el momento, resultó tan mainstream que terminé callando. Sé que muchos de los que se proclaman como sus pretendientes la olvidarán, porque toda moda siempre es sustituida por otra y sentía que si habría la boca resultaría ser un perrete más olisqueando culos sin consentimiento.
Pero como digo, La forma del agua ha hecho mucho bien y me ha dado la fuerza para escribir esta entrada, a aceptarme como soy, porque el amor no debe ser algo oculto ni secreto, debe proclamarse a los cuatro vientos y ser el motor que mueva el mundo. La luz que ilumine nuestros pasos, la música que acompañe nuestro camino. El amor es un regalo, deberíamos estar agradecidos. Deberíamos gritarlos con todas nuestras fuerzas: ¡Gracias!
Mi más reciente amor verde ha sido M´gaan, Megan o Miss Martian, como cada uno prefiera llamarla. No conocía al personaje, la verdad, no suelo leer cómics de Marvel o Dc que sean de los noventa o posteriores. La conocí gracias a la superserie de La Joven Liga de la Justicia. No sabía que el Detective Marciano tenía una sobrina y me quedé algo shockeado, al igual que el resto de la Joven Liga al verla por primera vez. Verde, poderosa y encima, pelirroja.
Sí, ya, en un principio puede parecer que es una adolescente, pero tiene muchos más años. Además, ese aspecto prácticamente humano es solo un engaño. Es verde, pero en realidad es un bicho, pero bicho, bicho. No otra lagarta; un insecto más grande que una persona, tipo cucaracha. A pesar de ello, todos caen presa de sus encantos y yo no podía ser menos. Kid Flash, Superboy, Lagoon… Yo no tengo superpoderes, pero prometo hornearle pizzas congeladas y esperar para ver con ella los capítulos de la serie de turno.
¡Ay, el verde! Como dirían los Mojinos: Verde, como los estropajos, como los gargajos de los viejos verdes.